Estaba de pie, en el balcón del segundo piso de una casa blanca. Gritaba. No estaba enfadado, ni furioso, ni siquiera estaba loco. Pero hablaba a voces.
Debajo, en la calle, algunos bajaban la cabeza y desaparecían lo más deprisa posible. Otros, los menos, miraban abiertamente a la ventana, esperando entretener la tarde de domingo.
Andaba de un lado al otro del pequeño balcón, moviendo los brazos sin parar. Saltando de un tema a otro, dejando frases sin terminar, alternando monosílabos con palabras sueltas.
Cada vez había más gente debajo de su casa. Muchos vecinos del pueblo estaban allí. Pedro, el alcalde, se me acercó medio asombrado “¿Qué pasa?” preguntó con la mirada, “no sé, pero no es grave”, le contestaron mis hombros y mi sonrisa.
A ratos bajaba un poco la voz, y no le entendíamos.
Si hubiese mirado fuera, se habría sentido como el pregonero el día de la patrona.
De pronto... un silencio. Todas las caras se vuelven hacia arriba.
Se ha quedado parado, tenso. Con un interrogante en la mirada.
Siento como, a mi lado, todos tragan saliva. Es apenas un segundo.
Entonces grita: “Joder, me he quedado sin batería”
miércoles, diciembre 10, 2008
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1 comentario:
¡Qué cachondo! Me ha gustado mucho porque, independientemente de que el final tenga o no tenga gracia, despiertas la atención desde la primera línea.
Qué lástima que no actualices con más asiduidad.
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