jueves, abril 12, 2007

Su mundo se redujo... un poco más...

Se miró, coqueta, en el espejo, mientras se arreglaba. Y el espejo le devolvió la mirada. Los viernes sus ojos tenían un brillo especial, una viveza que se apagaba un poco el resto de la semana. Se miró de nuevo, esta vez de cuerpo entero: todo estaba en su sitio, la falda a la altura justa, la camisa por fuera, el flequillo... mmm, el flequillo se mantenía a duras penas, sujeta su rebeldía a base de laca. Sonrió satisfecha y se despidió de su madre con un beso en la frente: - No vuelvas tarde... - Tranquila mamá, ya no soy una niña En el ascensor revisó el bolso... no, no se olvidaba de nada. Iba contenta, pensando: “Llego tarde, llego tarde. Y con el tiempo que hace que no veo a todas. Tengo ganas de hablar con Laura, y de pasar la noche bailando. Sin parar. Solo bailar, sin pensar en nada... y hace casi un mes que no salgo, y...” Un pitido interrumpió sus pensamientos, “¡el móvil!”: - ¡Hola cariño! ¿Ya estás trabajando? - ... - Estoy en el ascensor, he quedado para salir con... - ... - Sí, voy a salir... Entrecerró los ojos un poco, los labios apretados, y escuchó: - ... - ... yo también te quiero... Salió del portal, despacio ya. Los brazos caídos, tensos. La mirada apagada. Y así se encontró con las demás. - ¿Qué ha pasado? Vaya cara que traes... - Hemos vuelto a discutir. - ¿Por qué? - Por lo de siempre. No quiere que salga, no entiende que no sea capaz de quedarme en casa para su tranquilidad... dice que no le quiero, que se va a matar si sigo saliendo, que le estoy haciendo mucho daño, que hemos terminado... no sé que hacer, creo que me voy a ir a casa. Esa noche no salió. Entró en casa con la cabeza baja. Esquivó la mirada preocupada de su madre mientras murmuraba un “me duele el estómago, me voy a dormir”, y se tumbó en la cama. Miró al techo durante horas, lloró, y, cuando ya clareaba, se quedó dormida. Al día siguiente habló con él, lloraron, se abrazaron. Perdóname cariño. Te quiero mucho. También yo. No volverá a pasar... La semana pasó volando y el viernes decidió no salir. - Estoy cansada (Quiso convencerse) - En realidad no tengo ganas (Lo intentó de nuevo) - No quiero discutir de nuevo (Se admitió finalmente) aunque me muero de ganas por salir Su madre la miró preocupada, pero no dijo nada. Ese fin de semana ya no discutieron. Durante las primeras semana su móvil siguió sonando cada viernes, todas la llamaban: “No seas tonta, sal, tienes que venir” y ella se negaba, ponía excusas, las emplazaba para un café. El móvil dejó de sonar los viernes. Y ella perdió parte de la luz que antes había en sus ojos. A veces echaba de menos salir, reírse con sus amigas, bailar, pero pensaba “Ahora estamos muy bien, prefiero la tranquilidad, no quiero hacerle daño otra vez” y se quedaba en casa. Un lunes, cuando iba camino del gimnasio, por la tarde, sonó su móvil: - Hola cariño, ¿Pasa algo? Es pronto... - ... - Estoy saliendo para ir al gimnasio. - ... - Sí, no te preocupes, llevo pantalón largo. - ... Entrecerró los ojos mientras escuchaba, y sus hombros se cayeron un poco más... - ... - Yo también te quiero. Cuando colgó caminaba un poco más despacio, levantaba un poco menos los pies, y se dirigía sin convicción hacia el gimnasio. Esa noche se acercó distraída a su madre: - Mamá, voy a dejar el gimnasio... Su madre apartó la vista del libro que estaba leyendo y miró a su hija, triste, hacía tiempo que no salía ningún fin de semana, cada vez quedaba menos con sus amigas, parecía feliz con ese chico pero... algo no andaba bien. - Pero si te encanta, llevas más de tres años yendo al menos dos veces en semana, si ibas incluso durante los exámenes... - Sí, pero... Pensó en decirle que a Javi no le gustaba, que discutían cada vez que iba, que él pensaba que iba para tontear con otros: “Si me quisieras no irías, porque sabes el daño que me haces cada vez que vas, lo triste que me pongo, lo mal que lo paso...”.
Tenía dolor de cabeza de tanto discutir, de sentirse mal por hacerle sentirse mal a él...
Su madre esperaba, atenta. - Sí, pero... últimamente estoy muy liada, cada vez tengo más trabajo... Ese mes dejó de ir al gimnasio, su mirada se volvió un poco más sombría, y su mundo se redujo... un poco más...