domingo, octubre 22, 2006

A una amistad que se acaba

“No has entendido nada” Eso lo he dicho yo, y tú me miras enfadada, esperando que te aclare algo más. Pero se ha pasado el momento de las discusiones. Hace tiempo que no nos entendemos. Nos conocemos hace años, años de caminar juntas, viendo el mismo paisaje, caminando en la misma dirección, compartiendo horizonte, sueños y objetivos. De un tiempo a esta parte eso ha cambiado. Primero parecía que cuando hablábamos cada una mirara en una dirección, y no llegase bien el sonido. O viésemos distintas montañas, y cada una comentase la suya, sin entender que mirábamos hacia distinto lado. Después debimos cambiar de ritmo, pero seguíamos cogidas de la mano. Eso hacía que tú tirases de mi, cuando yo necesitaba descansar, o que yo te arrastrase, cuando tú estabas disfrutando de una puesta de sol... que yo no veía. Aún así procurábamos caminar juntas, a pesar de los roces, de las discusiones, de las distintas formas de interpretar la realidad, de la diferencia de opiniones y de caracteres. Pero ya no ha sido posible más. El jueves nos soltamos la mano. Y cada una escogió una bifurcación del camino. Fue doloroso elegir, como todas las rupturas, suponía dejar muchas cosas atrás. Fue violento, difícil de explicar... pero fue. Ahora caminamos cada una hacia nuestro destino, nuestras sendas se alejan deprisa, con la precipitación de lo que debió hacerse hace mucho tiempo. Y las dos avanzamos sin mirar atrás, cada una contemplando un nuevo mundo, aún dolidas por la separación. Puede que en el futuro nuestros caminos vuelvan a cruzarse, puede que compartamos algunos pasos, o incluso que caminemos juntas de nuevo, quién sabe. Ahora, lo más razonable, es seguir andando, no parar, no sea que decidamos torcer nuestro rumbo para encontrarnos de nuevo... y nunca nos lo perdonemos. “No has entendido nada”, repito.
Porque tú aún piensas que caminamos cogidas de la mano, y yo hace tiempo que noté que nos separábamos.

viernes, octubre 13, 2006

Madrid en puente

Esta mañana, al salir de casa, he sentido algo extraño. El conserje me ha saludado como siempre. El sol competía con una leve brisa por ver quién se imponía. He escuchado cantar a un mirlo. Al cruzar la calle tenía esa sensación conocida de que algo no encaja. Pero no lograba descubrir qué era lo que fallaba. En el autobús el conductor me ha saludado también, relajado, y al ir a sentarme he visto a una familia. Nada raro: los padres y dos niños. Dos niños. Niños. ¿Por qué los niños no están en el cole? Es puente. Lo había olvidado. Por eso se oía a los pájaros. Por eso no funcionaban las hormigoneras de la obra de enfrente. Por eso no he tenido que jugarme la piel para cruzar la calle en el paso de peatones. ¿Por eso el sol brilla? Es bonito Madrid cuando pierde un poco de población. Las distancias se reducen. El autobús se convierte en un lugar habitable, en el que incluso puedes respirar. Hay sitio en la calle para dejar el coche. Puedes ir a los sitios que siempre están atestados de gente, entrar sin esperar cola y que te atiendan en menos de una hora. Hasta el ambiente está más limpio. Con menos humos. La ciudad nos obliga a perder el contacto con la naturaleza en muchos sentidos. Estamos acostumbrados a vivir sin animales, hasta los perros molestan. No conocemos vegetación que no esté encerrada tras una valla, acotada. El cielo lo perdimos hace tiempo, con la contaminación. Las estrellas... esas grandes desconocidas. El olor... ¿A qué huele Madrid? ¿De verdad no lo notamos? Madrid huele a humo de camión. Y el sonido de la naturaleza. Es difícil oír el canto de los pájaros. Afortunadamente todavía nos quedan los domingos por la mañana, los puentes, Agosto, Semana Santa. Y los parques que salpican la ciudad, que no son pocos y nos permiten sentirnos un poco más cerca de nuestra naturaleza. A pesar de todo, me gusta Madrid.

Hablar...

Qué difícil es hablar con las personas queridas. Cuánto orgullo, cuánto cariño, cuánto temor, cuántas posibilidades de hacer sufrir, cuánta tristeza... Desde siempre he oído que las cosas se solucionan hablando... parece una frase vacía, ¿Un tópico? Es posible, pero vacía no. Lo difícil es llenarla de significado.
Hablar. Hablar. Sin gritar, sin ofender, sin atacar ni sentirse atacado. Y llegar a conclusiones, solucionar el problema... Por que nos conocemos bien y podemos hacernos mucho daño. Por que precisamente por venir de quien viene me duele aun más que me lo digas... porque no me lo esperaba. Por que se me escapa el orgullo en cada palabra. Y no voy a reconocer que me he equivocado... y no vas a reconocer que te has equivocado... porque se te escapa el orgullo en cada palabra.

miércoles, octubre 11, 2006

Ha vuelto a llover

Ha vuelto a llover en la ciudad.
Parece que el otoño, por fin, quiere dejarse ver.
La lluvia incita a la melancolía, al recogimiento, a la poesía, a quedarse en casa tomando una taza de cola-cao, leyendo un buen libro, mientras escuchas las gotas golpear la ventana.
Hoy me he decidido por "El zahir" de Paulo Coelho. Me ha llevado de viaje por París, he caminado por los Campos Elíseos de la mano del escritor, en la que quiere ser su novela más autobiográfica.
Me ha gustado. El estilo es distinto que en otras ocasiones, más periodístico, con menos olor a fábula. Pero se lee bien, aunque deje menos huella.
Me ha llamado la atención una institución de la que habla constantemente: "el banco de favores". Un nombre bonito para lo que comunmente llamamos contactos, y que la sabiduría popular resume en una frase:
Hoy por ti, mañana por mi
Y me ha sorprendido el uso que hace de él.
El término "banco" absorbe a "favores" y lo contagia de mercantilismo. El protagonista invierte en favores para luego tener crédito... que le deban favores.
Está bien, no confío en que el ser humano actúe por altruismo. Me quedo como poco en que cuando hacemos algo por los demás es, sobre todo, por sentirnos bien con nosotros mismos, por no tener que oír a nuestra bendita conciencia.
Pero que solo hagamos favores pensando en cobrarlos... fiuuu, me hace quedarme intranquila.
No es el tema central del libro, ni creo que quiera serlo. Pero merece cuando menos una reflexión.
¿Somos tan inhumanos? ¿o tan humanos? ¿Actuamos siempre pensando en que nos van a deber un favor?
Quiero creer que no...
... espero que no...
... confío en que no...
Ya no oigo llover... quizá todavía no llegue el otoño.